La nostalgia de los parques vacíos.

Todos los días camino por un parque. Día con día me adentro en el césped y camino, y escucho crujir bajo mis pies toda esa vida que espera por un par de pies que le haga existir, que le haga sentir, y lo único que se escucha es eso y el triste cantar de los pájaros, quienes parecen estar cantando ya sin ganas, a sabiendas de que son escuchados solamente por ellos mismos y por sus compañeros pájaros que intentan cantar más fuerte, más bonito, con la esperanza de que alguien lo note.

Nadie lo nota, y esa es la triste verdad.

Volteo siempre a todos lados, en busca de algo, en busca de esa vida que el parque exige y que no obtiene, parece que nadie escucha sus gritos desesperados, como si supiera que su existencia misma dependiese de esos pasos, esos gritos y esa alegría que se supone que le dan los niños.

¿Y los niños?

Seguramente se encuentran en sus casas, en cuartos oscuros que en realidad son jaulas disfrazadas de comodidad, de libertad y diversión. Seguramente juegan con aparatos que yo nunca tuve ni deseé tener cuando era joven, cuando todo lo que anhelaba era que mis padres encontraran un poco de tiempo para mí, para llevarme a jugar.

Entiendo al parque, y me uno silenciosamente a su sentimiento de desolación, de tristeza.

¡Cómo anhelo que los niños vuelvan a ser niños! ¡Cómo deseo que los aparatos vuelvan a ser para al gente adulta, y los parques se desborden de alegría, de aves que tratan de hacerse escuchar más fuerte que las risas, los gritos y los juegos de los niños!

¡Cómo deseo reencontrarme con la sensación de adrenalina al pasar en medio del campo, con el temor de que te peguen un balonazo! 

Caminar por los parques, significa que ahora ya no encontrarás el piso pintado con gises ni ladrillos, no verás las rayuelas pintadas, invitándote al ritual que te lleva directo al cielo, ni ese curioso juego, stop, que tantas sonrisas nos sacaron.

Cada día camino por ese y tantos otros parques, con la esperanza de encontrar otra vez un poco de esa humanidad de la que tuvimos nosotros en nuestra infancia, esa que todavía nos tocó vivir cuando anhelábamos crecer, sin saber que una infancia como la que tuvimos, se extinguiría como tantas otras formas de vida.

Los niños están en peligro de extinción, y lamentablemente no hay asociaciones que se preocupen por preservar esta valiosa especie.

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